Dieter Ronte

Las obras artísticas de Marta Blasco no pueden clasificarse si no es desde el concepto de realismo. Es éste un concepto antiguo, muy discutido, con frecuencia anhelado y también rechazado. Durante siglos, artistas plásticos, poetas, teólogos y filósofos han discutido sobre este tema, con argumentos como: No debes hacerte ninguna representación, el realismo no es un arte, el arte abstracto se escapa del mundo y distancia a las personas.

Hoy en día ya no entendemos por realismo el naturalismo llano del trompe l’oeil, es decir, el naturalismo del trampantojo. Cuando hablamos de realismo ya no nos referimos al idealismo que embellece lo visto, como sucede por ejemplo en los retratos de gobernantes. Actualmente, el realismo ya no es una cuestión de estilo sino un método crítico para el análisis artístico del mundo, porque la realidad de este mundo no es únicamente la que se ve, es decir, el mundo creado. Esa realidad son también los mundos interiores que sólo pueden verse cuando alguien puede representarlos.

Viendo los cuadros de Marta Blasco, llaman la atención los criterios de cuestionamiento que no quiere utilizar. Blasco no cuenta historias, ni introduce elementos narrativos en sus obras. Más bien, niega la imagen del suceso y se concentra en individualidades. A menudo sólo muestra los torsos de esos personajes, que no se mueven. Están en reposo. Excepto dormir, yacer, andar, estar de pie o morir, no actúan como figuras responsables de un hecho dramático. Aparecen concentrados en sí mismos. Es como si no se les pudiera inquietar, aunque sí pueden trasladar un cierto desasosiego al observador, que, a su vez, puede proyectar sus propias vivencias a estas situaciones especiales que muestran los cuadros.

El lema de estos cuadros podría ser: no pasa nada. Pero este argumento sólo es válido para los cuadros, no para el observador. Éste, amplía su margen de maniobra porque las representaciones no son retratos perfectos y, además, porque la artista centra su atención en los detalles. Marta Blasco crea imágenes humanas atemporales en las que no cabe la fealdad. Sus modelos desprenden belleza en y a través del cuadro.

Existe en la obra de Marta Blasco una variedad de técnicas diferentes: pintura al óleo, dibujo, video y grabado. En estos últimos años, la artista ha combinado especialmente el dibujo, la pintura y el vídeo. De esta nueva armonía triple surge un nivel descriptivo más complejo, que no podría darse en una obra simple. Individualmente, los cuadros de Blasco son tranquilos, atemporales y ensimismados. De la combinatoria de técnicas deriva una secuencia de lectura del cuadro, que empieza cuando el observador entabla una cronología de entendimiento con la obra, lo que puede entenderse como una acción oculta.

Como las imágenes son muy ricas iconográficamente, el espectador puede llenarlas con sus propios significados e ir más allá del aparentemente poco realista contexto de los cuadros. Marta Blasco llevó a cabo un proceso similar en su serie de “Papeles Rotos”. La destrucción y reordenamiento de una unidad anterior ofrece al observador la oportunidad de un mirar narrativo.

El trabajo de Blasco sobre la Ascensión consiste en un dibujo y un video realizado en paralelo al propio dibujo que explica el proceso de trabajo de la artista y otorga al dibujo la ocasión de ofrecer un contrapunto procesual al resultado final de dibujo como un remanso de paz. Es decir, el video aclara el proceso de “ser” del dibujo, alterando esa naturaleza “calmada” que parece tener. El título de esta obra (Ascensión) puede interpretarse de una manera muy banal: una mujer sube los peldaños de una escalera sin pasamano, quizás una acción cotidiana. En sentido político, “ascensión” también significa subir al trono y en el pensamiento religioso hay también una “ascensión” al cielo. Pero la mujer de Blasco no sube la escalera de Jacob, ni aspira al cielo eterno. Ninguna señal esperanzadora le indica el camino correcto. Lleva un vestido blanco luminoso que parece cargar con su cabello, negro y largo, como deslizándolo hacia lo negro, a la negación, a la muerte ¿al infierno?

El tema de la Ascensión es bien conocido a través de la pintura religiosa. En la modernidad, es un acto frecuentemente representado que no tiene connotaciones religiosas. Con su Desnudo bajando la escalera, No.2 de 1912 depositado en el Philadelphia Museum of Art, Marcel Duchamp inaugura las series modernas de obras sobre este tema. Partiendo de esta “despedida cubista” a la pintura, Gerhard Richter realizó su famoso cuadro social: Ema (Acto en una escalera) de 1996, depositado en el Museum Ludwig de Colonia. Marta Blasco conoce estas tradiciones y las supera. Aunque no sale “en busca del tiempo perdido”, se enfrenta a él con sus cuadros atemporales, llenos de presente y futuro. Ella, Blasco, le da la espalda a la iconografía. La redefine. Su “acto” es una mujer vestida que no baja, sino que sube. Mientras las mujeres de Duchamp y de Richter vienen hacia nosotros, la figura de Blasco nos abandona, trastornando nuestra forma convencional de mirar y haciendo que nos sintamos inseguros y sorprendidos ante las energías que se esconden tras este arte tan tranquilo.

La misma combinación de técnicas a la que nos hemos referido anteriormente, la hallamos en la serie de los Corpus y las Ophelia. El tema de la ahogada es de sobras conocido, aunque aquí también el drama clásico se ve perturbado por una iconografía dramatizada, como sucede también en Judith. Marta Blasco no recoge la tradición de la Ophelia yacente entre los hermosos lirios acuáticos, sino que trabaja de nuevo con la reducción, con el torso humano.

Los dibujos y los óleos posteriormente realizados se complementan. Los cuadros están pintados con el blanco opaco tradicional (conseguido con plomo tóxico), lo que les garantiza ese brillo interior. Al mismo tiempo, ambas pinturas contrastan con la calma que se desprende del dibujo. A su vez, el vídeo, que en la serie de Ophelia cuenta conuna música de fondo que comunica expresivamente lo que se ve y le da ritmo, muestra el proceso reversible del nacimiento del dibujo. La imagen desaparece paulatinamente hasta que aparece el estado virginal del papel. Este proceso corresponde a una percepción del cuadro. Aunque muestra a personas y sus rostros, estos no miran al observador. El contacto visual debe elaborarlo el propio espectador mientras la imagen permanece reservada y misteriosa.

El conjunto de los Corpus, lleva en su propio título la alusión a la tradición del corpus en el arte. No hay en estas obras nada que sea perturbador en términos religiosos, de vida o en relación con la historia del arte. Aunque Corpus 2 recuerda a la Muerte de Marat de Jacques-Louis David, 1793 (Museo de Bellas Artes, Bruselas) o al cadáver amortajado en numerosas pinturas religiosas, Marta Blasco no busca la vía de la paráfrasis. Además, los cuadros son únicamente apuntes cotidianos de un hombre que duerme, de nuevo mostrado como uno torso. Sin embargo, la artista no elige el torso clásico antiguo como ideal de belleza, como, por ejemplo, el típico hombre erguido sin brazos. Ella encumbra al representado haciéndolo yacer en la mitad superior del cuadro, dando la impresión de que está verdaderamente elevado sobre el pedestal de las sábanas.

En estas composiciones, apreciamos el uso de diferentes contrastes de claroscuro. La técnica del carbón y el grafito no sólo permite profundidades insospechadas en el cuadro, sino también insinuaciones maravillosas, como la del ángulo de la habitación (Corpus 2), esa inexplicable iluminación del cuadro (Corpus 2) o la parte posterior sin acabar de definir (Corpus 3).

Estos dibujos de Marta Blasco atestiguan un estudio exacto de la realidad y son también evidencia de la imaginación de la artista, que le permite crear cosas más reales de lo que quizás haya visto, como el juego refinado de las arrugas de la ropa de cama, que son incluso más nítidas que las del cuerpo del hombre y le dan un aire más misterioso. Los dibujos no ocultan nada y sin embargo están atrapados en un mundo propio.

Cada uno de estos tres dibujos tiene un tamaño distinto. Aún así constituyen, por su tema, un tríptico que puede mostrarse uno al lado del otro. Enseguida se nota que forman parte del mismo conjunto. Y aunque es difícil construir una acción a partir de la secuencia (1,2 y 3), el observador intenta visualizar una serie sobre la dormición y le proporciona un contenido narrativo a estas obras. Comparando las composiciones, surgen preguntas como: ¿Es la misma habitación? ¿Se trata de la misma persona? Marcel Proust dijo en En busca del tiempo perdido: “Cuando un hombre está durmiendo tiene en torno, como un aro, el hilo de las horas, el orden de los años y de los mundos”. También en este tríptico del sueño que son los cuadros del Corpus, domina una sensación de intemporalidad que se contrapone a los sistemas del orden. Una vez más, con las formas de sus dípticos o trípticos, pone en evidencia Marta Blasco su relación crítica con los cánones tradicionales de la pintura.

El método crítico del realismo aplicado a la realidad, ha originado en Marta Blasco cuadros muy insistentes. Se podría hablar de ellos como obras existenciales que despliegan un mundo interior que por una parte es muy personal y, a la vez, muestra aspectos cotidianos muy generales.

Blasco pertenece a una generación internacional que rehúye del arte abstracto. Nuestra sociedad ya no es la garantía de una vida feliz y ordenada. Más que nunca anteriormente en tiempos de paz, las personas sufren hoy en día sus profundas inquietudes en soledad mientras observan con preocupación cómo sus planes de vida y sus esperanzas se limitan y restringen. Marta Blasco nos muestra en sus cuadros tranquilos y misteriosos esta progresiva sensación de inseguridad y desazón del individuo contemporáneo. A pesar de su discreción, los cuadros tienen en sí mismos el carácter de una llamada.

Es evidente que Marta Blasco también se distancia radicalmente de la tradición del dibujo hiperrealista -que gustaba de mostrar infinidad de trampantojos- que caracterizaba la España postfranquista. Su obra tampoco se puede comparar con la de la llamada Escuela de Leipzig. Esta representación alemana de la realidad gusta de contar verdades históricas a través de la exageración y una ligera expresividad surrealista. En cambio, el desafío a la exactitud y el detalle de Marta Blasco no plantea debate alguno con la fotografía. Curiosamente, el video es realmente la única técnica realista que utiliza, y éste siempre muestra el desarrollo de una realidad artística cambiante y nunca la realidad que existe fuera del cuadro. Marta Blasco evita las comparaciones. Piensa radicalmente en arte. Sus obras nada tienen que ver con las figuras embellecidas de una narración misteriosa como las que conocemos a través del arte de Balthus.

Marta Blasco sigue su propio camino. Y aunque a veces se cruza con otras vías, permanece siempre en su propio mundo pictórico. Sus representaciones son reductivas. Nunca muestran todo lo posible. En muchos pasos, pero nunca en un colorido llamativo, ofrecen una visión psicológica del mundo. Sus obras son actuales y al mismo tiempo parece que están fuera del tiempo. Son atemporales. Provocan agitación mediante su aparente exactitud, aunque no puede decirse que tengan un sentido voyeurístico. La exhibición de los hechos que les da forma está ligada a una crítica emocional, a experiencias y esperanzas.

Al observador se le exige siempre pensar siguiendo el hilo de los pensamientos de la artista, aprovechando la experiencia de su mirada en sentido positivo. No existe en estas obras ningún valor de entretenimiento. Marta Blasco se lo pone más difícil al espectador de lo que él mismo cree en un primer momento. Es así como ella establece esa lógica de lentitud que define sus cuadros, mientras, simultáneamente, les proporciona longevidad. Las obras de Marta Blasco no fueron concebidas como pura alegría y entretenimiento para los ojos. Son acompañantes intensivos en la vida.

Dieter Ronte
Palma de Mallorca, julio de 2012