El escritor británico Montague Rhodes James, en uno de sus más celebrados cuentos de fantasmas, construye la trama de comisión de un crimen mediante la metamorfosis que aparenta mostrar una estampa grabada, enmarcada y colgada en la pared. Día tras día, en la imagen impresa irá apareciendo ante los ojos del atónito narrador la secuencia de un rapto. Donde en un principio se mostraba la vista de una inocua mansión dieciochesca, se incorpora por el primer plano de la representación una inquietante figura acercándose paulatinamente al edificio.
Pero ¿qué puede tener que ver esta anécdota literaria con el tema que nos ocupa? Como veremos a continuación mucho, ya que en el cuento de James encontramos no sólo un sentido estético profundo, latente en la propia naturaleza que define al protagonista que articula el cuento, esto es, la mezzotinta o manera negra con que está ejecutado el grabado en cuestión; sino también la atribución de un valor cultural diferencial entre el contexto español y otros foráneos, tal y como pone en evidencia la fatal pérdida de significado en la traducción del título, cuestión que, sin duda, cabe traer a colación para poder apreciar en toda su magnitud la originalidad del trabajo de Marta Blasco.
La manera negra, mezzotinta o grabado al humo, es una técnica de grabado con unas muy singulares características tanto metodológicas como expresivas. En primer lugar, el recurso literario de James vincula claramente esta opción técnica con un ambiente ensombrecido o claroscurista, como es en su caso el género de fantasía y terror de tinte romántico o gótico. En él los personajes no se muestran en escena en su total plenitud, sino que más bien son desvelados, surgiendo siempre desde un denso y profundo fondo oscuro, tan inquietante como, muchas veces, amenazador. Pues la manera negra es la técnica gráfica por excelencia de la sugerencia de las formas, de lo inacabado, de lo evanescente y de lo numinoso. Para todo lo cual se hace imprescindible la participación subjetiva del espectador, mediante su capacidad de proyección imaginativa, con objeto de poder interpretar imágenes que el artista ofrece someramente esbozadas e iluminadas.
El propio método de trabajo de la plancha ostenta ya este mismo carácter desvelador, pues se parte de la preparación de una superficie densamente graneada por miles de pequeñas incisiones practicadas directa y pacientemente por el artista armado de un afilado berceau.1 Miríada de heridas sobre la plancha cuyo entintado y posterior estampación daría una mancha de la más absoluta negrura. A partir de ella el grabador deberá ir “sacando luces” mediante el rascado y bruñido con progresiva intensidad de la trama granulada, lo que viene a ser un proceso de génesis creativa basado en una forma cuasi-epifánica de alumbramiento paulatino. A este respecto, cabe añadir que la manera negra ofrece una singular calidad en el registro lumínico, como es la absoluta continuidad del tono, esto es, la elusión total de bruscas transiciones, factor históricamente inédito y prácticamente inalcanzable para cualquiera de las demás técnicas de mancha en grabado calcográfico. Pues bien, es precisamente esta sorpresa epifánica única que es capaz de ofrecer la mezzotinta, lo que el proyecto de Marta Blasco muestra clara y sutilmente, alboreando desde una frondosa y primigenia oscuridad la imagen naciente de una forma femenina a modo de numinosa ninfa.
Pero aún más, y volviendo al cuento de James, vemos cómo este convierte en recurso literario una condición clave de la gráfica, no ya solo de la manera negra como en general de todas las técnicas de grabado, como es la de su naturaleza procesual, constatada histórica y convencionalmente a través de las sucesivas pruebas de estado. Así, la secuencia criminal que articula el cuento del escritor británico, se encuentra virtualmente inscrita en el propio medio con el que ha sido ejecutada la estampa final: el carácter metamórfico de todo grabado en su lento caminar de estado en estado hasta llegar a la prueba final o bon á tirer . En tal sentido, la propuesta de Marta Blasco denota de nuevo desde distintos frentes este carácter procesual, esencialmente vivo y vivificante que define a las artes gráficas, llevados a cabo por la artista tanto a través de recursos de animación videográfica, como también de procesos deconstructivos mediante collages, para los que se ha servido de las distintas pruebas de impresión. Métodos ambos cuyo devenir temporal resultan ser marcos idóneos y complementarios para la reflexión sobre la propia génesis de todo retrato, entendido como una fugaz visión atrapada en un sempiterno continuo dialéctico entre aparición y desaparición.
“Papeles rotos”, título del presente proyecto de Marta Blasco, define una situación previa necesaria a toda recomposición en forma de collage. Situación que ejecuta la artista trasgrediendo de manera drástica uno de los tabúes que se ha conferido tradicionalmente a la estampa impresa: la de su sacralización aurática y preciosista. Por el contrario, Marta Blasco, tras un lento y laborioso trabajo de preparación de la plancha, posterior bruñido y estampación, ha optado por rasgar sin contemplaciones el producto de sus desvelos. Acción que la sitúa de pleno en una posición crítica respecto de todo encasillamiento tradicionalista, a la vez que define su obra claramente en un marco esencialmente contemporáneo. No en vano el teórico estadounidense Arthur C. Danto ha considerado al collage como el último gran paradigma metodológico en el programa artístico de la modernidad. A este respecto, la aportación de Blasco se enmarca en una reflexión deconstructiva a partir del concepto de retrato, lo que denota la implicación emocional del artista, mediante una doble acción que articula, primero, un proceso de destrucción (tal y como se rompe en mil pedazos la fotografía del traidor o del ser odiado, o, por qué no, la propia imagen en momentos de baja autoestima o de penitencia), para después ser nostálgica y pacientemente reconstruida, una vez recuperado el objeto de amor o de deseo, ya sea ajeno o propio, aún a pesar de las ya insoslayables cicatrices dejadas por el ímpetu del rechazo desgarrador.
Más arriba hemos señalado la inexplicable e injustificable pérdida de significado en el título del cuento de James entre su original y la versión española, sobre todo cuando las entradas “manera negra” y “mezzotinta” son recogidas en algunos diccionarios y enciclopedias. Sin duda ello tiene que ver con la casi nula tradición que de esta técnica ofrece la historia del grabado en España. Todo lo contrario ocurre precisamente en el ámbito británico, en el que incluso el historiador del arte español Francisco Esteve Botey considera que es en la manera negra donde cabe hablar de una auténtica escuela inglesa de grabado. Y lo es precisamente por la adaptación de esta técnica a dos géneros de especial querencia en el ámbito anglosajón dieciochesco y decimonónico, como son el retrato y el paisaje. A este respecto, el ensayista y artista inglés William Gilpin, tal vez el primer analista teórico que ha abordado las artes gráficas desde una aproximación estética, considera en Essay on Prints (1768) que las características inherentes al mezzotinto son la suavidad, la ternura y la ductilidad. Todo lo que tiene que ver pues con el tratamiento de la luz y sus veladas transiciones, que en el caso concreto del retrato es especialmente capaz de dotar a su objeto de representación de una tenue sensualidad epidérmica. A este respecto cabe entender el éxito de los múltiples retratos femeninos ejecutados a partir de lienzos y dibujos del gran Joshua Reynolds como, por ejemplo, el exquisito Anne, Duchess of Cumberland realizado por el grabador James Watson en 1773. Pues la aristada superficie de la plancha graneada por el berceau araña el papel en el que es estampada, dejando su superficie rota en pequeñas pelosidades, lo que confiere a la estampa un acabado de superficie próximo al terciopelo. Factor este último que viene a reforzar la intensa presencia cuasi-táctil o háptica del retrato al desnudo sobre el que se articula el proyecto de Marta Blasco, lo que justifica si cabe aún más la elección de la manera negra como soporte técnico del mismo.
En definitiva, tan coherente como excepcionalmente Marta Blasco, desde la lógica posición del artista contemporáneo que hace hoy gala de actitudes abiertas, multidisciplinares y mixtificadoras, aunque general y tristemente lo sea sin implicarse o profundizar en disciplina alguna sino más bien como una distante pose testimonial y apropiacionista, ha ido, por el contrario, de la mera declaración de intenciones a los hechos. Estos últimos han sido los de afrontar un proyecto sobre el retrato profundizando sin prejuicio contemporizador alguno en una técnica históricamente idónea como ha sido y sigue siendo la manera negra. Medio expresivo que, si bien está lastrado con una significativa carga de preparación previa, dificultad y esfuerzo técnico, ha sido superada por la artista con creces tal y como muestra el conjunto de obra ofrecida. Y lo que es más importante, su proyecto ha entendido y se integra plenamente en la singular órbita estética y plástica que la manera negra, como cualquier otro medio de expresión clásico o moderno, abrió en su día y ofrece aún hoy al artista auténticamente poliédrico o políglota. Por todo ello la obra de Marta Blasco nos lleva a contemplar el presente, como también el pasado, como un elenco de posibilidades de largo recorrido en las que continuar adentrándose para experimentar libremente.