Felipe Hernández

El trastorno y muerte de Ophelia en Hamlet es uno de los más poderosos interrogantes que Shakespeare propuso al futuro. Ophelia no es un personaje más en la obra, sino el enigma profundo y casi inexpresable que se oculta en el alma del autor. Ophelia no sólo inspira las reflexiones de Hamlet sobre la muerte y el caos: la imagen de la joven noble ahogada bajo las aguas del arroyo tras ser rechazada y ver a su padre muerto a manos del príncipe, ha desencadenado visiones en la mente de muchos artistas. Imágenes bellas y extrañas, a veces serenas, a veces inquietantes, y que pueden llevar directamente al subconsciente, como la Ophelia pintada en 1852 por John Everett Millais. La causa de este poder de sugestión no es la mera idea de suicidio, sino el jeroglífico que encierran los sucesivos equívocos y juegos de reflejos que desarrolla la intuición de Shakespeare. Para él, caos, injusticia, ceguera, error llevan a la muerte de la belleza. Y el amor no es más que una palabra que cambia de sentido según el momento. De súbito, ya no existen las reglas del bien y del mal, sino una verdad más dolorosa: el caos.
Porque la locura de la joven Ophelia se desata precisamente en el corazón del fingido delirio de su amado Hamlet. Y su ahogamiento nos sobrecoge porque es injusto y fruto del humor a veces gélido, a veces hipersensible e impulsivo, de Hamlet. Aún así, ni siquiera la posibilidad de imaginar a Ophelia como intuición y reflejo del subconsciente de Hamlet justifica la iconografía que ha inspirado en la imaginación de tantos artistas. El milagro es que Shakespeare, quizás basándose en leyendas y divinidades acuáticas, nos regaló la imagen de la Ofelia sumergida.
Ninguna de las representaciones de Ophelia en escenas distintas al ahogamiento tiene el mismo poder de sugestión. Ni siquiera las Ophelias de Waterhouse o de Delacroix junto al agua expresan lo que las Ophelias sumergidas, puesto que el enigma de Shakespeare se basa en la paradoja y el juego de reflejos. Millais captó la serenidad y la belleza absolutas en el centro mismo de la tragedia, pero el tema es inagotable y va más allá de la representación prerrafaelita. De hecho, el misterio de Ophelia se desarrolla en un terreno movedizo entre las pasiones eternas y las transformaciones de la psique. Marta Blasco ha intuido la profundidad y el poder de esta imagen dentro de sí misma, en el presente, y nos devuelve una Ophelia interior y, extrañamente, actual. Pero no la ha traído al presente valiéndose de los trucos de la postmodernidad, sino a través de un proceso de introspección y simplificación radicales. Ha realizado un viaje al corazón de Ophelia a través de sus propios sentidos y sentimientos, y no cabían mediaciones. No valían las variaciones cromáticas, ni los motivos decorativos. Sobraban incluso la exuberancia de la Naturaleza y los vestidos. Ophelia hoy ya no se baña en un fresco arroyo, sino en una bañera, y la bañera concentra con más intensidad las contradicciones de la Ophelia original. La bañera contiene calma, sensualidad, éxtasis y, en su cara oscura, desesperación y muerte.
Marta Blasco explora la forma misma de la bañera, como un elemento místico. Sugiere con una simple línea las hornacinas en que descansan los cuerpos incorruptos de las santas o las bóvedas asociadas a la iconografía cristiana. Y explota con un instinto innato y directo la oposición entre el cuerpo sumergido y sugerido, y las partes del rostro y manos emergentes. Intuimos el cuerpo que se hunde en las tinieblas del subconsciente de un agua oscura y amniótica, y unos atisbos de transparencia nos devuelven el caos y el pavor que subyacen en los discursos de Hamlet. Bajo la belleza extática del rostro de Ophelia se ocultan la locura, la obsesión, la venganza, los deseos antinaturales, los celos y la inteligencia extraña del amado: esos son los pesados vestidos que arrastran a Ophelia al placer y la muerte. Aquí, la concisión y el poder de sugerencia de los dibujos de Marta son impresionantes, cuanto más porque los carboncillos, habitualmente destinados a pequeños esbozos previos a la pintura, se amplían y se detallan hasta ocupar un espacio inhabitual en nuestras expectativas visuales. De alguna forma, Marta utiliza el mismo procedimiento de Shakespeare: ampliar en extremo los esbozos, los interrogantes, las paradojas intolerables, las oscuridades del inconsciente hasta transformarlas en obras de arte vivientes y poderosas.
Pero la Ophelia original posee también movimiento dramático y canción. Se enfrenta a las absurdas frases de Hamlet con respuestas atónitas que derivan en canciones insensatas y locuciones aún más irracionales. Un movimiento musical hacia la disolución que reflejan las imágenes secuenciadas en vídeo del proceso inverso del dibujo. Un desvanecimiento musical del mundo y el alma semejante a la nube, que en palabras de Hamlet, se transforma en un camello, en una comadreja, en una ballena, hasta llegar a encarnar el más prohibido objeto del deseo.

Felipe Hernández
8 de septiembre de 2007
Texto del catálogo “Ophelia: Dibujos y Desdibujos”
Galeria Xavier Fiol/Palma de Mallorca/2008